Hace unos días me llamó la atención el anuncio de un programa que prometía el introducir a un alto directivo de gran empresa por los entresijos y desagües de su empresa. Para que viera qué es lo que se cocía abajo, qué es lo que se puede mejorar, viéndolo por sus propios ojos. La verdad es que como en el anuncio salían calles de mi ciudad, Zaragoza, le dio un «puntico» de interés extra al asunto y decidí – conscientemente – joderme una cena con ese programa en lugar de visionar algo más digestivo, como The Walking Dead, por ejemplo.
El programa, la verdad, una puta mierda más de telerrealidad. No se puede decir que no me lo hubiera autoadvertido, pero algo mereció la pena: «los motoristas del infierno». Así calificaban a dos chavales repartidores – canis zaragozanus – desde el programa. Dos chavales que desarrollaban su actividad laboral de repartidor de comida rápida de forma más rápida de lo que la legislación vial permite y que el interés de la sociedad en mantener su persona física de una sola pieza rechaza. Un STOP que me salto, una velocidad que supero y si me empano me pitas, que no me entero.
Que los chavales son unos piezas, vale. Que los comentarios sobre «el nuevo» o su actitud hacia su jefa no son las propias de una relación laboral, de acuerdo. Pero que me hagan comulgar con que esto no lo saben los jefes, que lo rechazan y que Domino’s Pizza se opone frontalmente a esta forma de trabajar; no, no y mil veces no.
Los chavales, con más razón que un templo: al jefe se la suda si me salto un STOP, si asusto a dos ancianas o si voy a 50 o a 100, el jefe lo que quiere es que haga equis repartos, y si no llego a ese rendimiento, bronca, bronca y amenaza de despido. Y el encargado sabe lo que pasa, y todos lo saben. Lo sabe quien pide. Lo sabe quien no pide y ve a los chavales jugarse los huesos saltándose un semáforo por la calle. Lo sé hasta yo, que nunca he sido muy espabilado. No lo va a saber el jefazo de la empresa. Jefazo, que además, ha sido en el pasado encargado de tienda y seguro, seguro, apretador de tuercas de repartidores.
Y lo saben todos, pero a nadie le importa. La rentabilidad es lo que más importa por encima de todas las cosas, pero especialmente por encima de tonterías la salud del trabajador. Y si se estampa, intentar colarla con que ya no estaba en el trabajo para que sea baja común. Y si la baja es larga, a la puta calle. La carne picada no solamente está en las pizzas, también se hace en recursos humanos. Y el kilo de obrero está a precio de saldo gracias a su crisis.
Por eso queda de lo más ridículo el giro de los acontecimientos. El jefazo revelando su identidad al encargado para dejarle claro que eso no puede salir por la tele como la imagen de su empresa. Y el encargado que no, que él no les presiona nunca. Que el lema de la empresa es que no se corre en la calle. No, encargado, no, el lema empresarial español es exprime, que algo queda. El jefazo estaba enfadado, sí, pero no porque se saltasen las normas, sino porque el obrero le plantó cara y se lo dijo: se saltan las normas porque Domino’s les presiona. Punto y final, esa es la realidad. Y si no te las saltas, al puto paro.
Sobre el resto del programa y en especial, con el momento de caridad final, no me extiendo, que aún me repite la cena. Abominable programa que desde luego me mantendrá más tiempo alejado de las cadenas de pizza y similares grandes empresas, que son un cáncer laboral y social.
Eso sí, me encantaría ver futuros programas como uno en el que saliera Cesar Alierta diciendo que no, que no sabía que en Movistar fuera tan difícil darse de baja. O uno con Botín diciendo que eso de las preferentes no es algo que desde la directiva supieran que se hiciera. Y para finalizar la temporada a alguno de nuestros expresidentes del gobierno atendiendo al público mientras dicen que no se pueden creer que la factura de la luz se pueda hacer sin mirar el contador. Con programas así, me animaba a joderme otra cena.